Siempre la izquierda progre ha querido clasificarnos en una jaula por nuestras características (mujeres con mujeres, hombres con hombres, mapuches con mapuches, etc), demostrando la visión tribal que padecen; y siempre han existido pánfilos u oportunistas en la derecha que lo han permitido. Las propuestas de cuotas paritarias por género para una eventual Convención Constituyente sufren de una manifiesta “vocación de corral” –la idea que cada persona está sujeta irremediablemente a su respectivo colectivo–, y deben ser rechazadas por tres argumentos que seleccionamos.
En primer lugar, las cuotas paritarias (es decir, que hombres y mujeres compongan en igual número, o en proporción, los organismos colegiados) atentan contra la idea democrática que el candidato más votado salga electo –en los sistemas proporcionales que el que tenga más votos de la lista, si ésta en total tiene los suficientes para conseguir un escaño, termine seleccionado para el cargo–; ya que podría darse la circunstancia que este candidato o candidata con mayor cantidad de sufragios no salga elegido, porque su nombramiento atentase contra la cuota de género, y, en cambio, se escoja al candidato de sexo opuesto con menor votación en su lista con el objetivo de cumplir dicha cuota. Esto ya ocurrió en la última elección de Consejeros del Colegio de Abogados de Chile, en donde una candidata obtuvo más votos que su compañero de lista, pero, con el propósito de mantener la paridad entre hombres y mujeres (establecido por el nuevo sistema de elección), se designó al hombre y no a la mujer; debido a que, de nombrarse a ella, las mujeres superarían la cuota que les correspondía. Éste es un claro ejemplo de cómo las reglas de elección paritaria pueden perjudicar a las mismas mujeres que se quiere ayudar.
Como segundo argumento podemos afirmar que la idea que mujeres sólo representan mujeres responde a formas arcaicas de organización política por estamentos, ya superadas por la sociedad moderna. En esta visión añeja de la organización social cada estamento sólo puede ser representado por miembros de aquél. No es desconocido, ni extraño, que hombres hayan votado por mujeres, y que mujeres hayan votado por hombres; puesto que en las sociedades modernas y abiertas –no las tribales con las que sueña la izquierda progre– lo normal es que alguien vote por quién represente sus ideas o valores políticos, o tenga virtudes personales que le den confianza.
Por último, frente al argumento que sostiene que poner cuotas para beneficiar a las mujeres supone que ellas no son capaces de obtener por sí solas un escaño, los defensores de las cuotas de género responden que en la actualidad las mujeres representan una baja proporción de los representantes, no reconociéndose sus aptitudes; el clásico ejemplo es que en la Cámara de Diputados sólo alrededor del 23% de los legisladores son mujeres. Pero, analicemos este argumento tomando como ejemplo la composición de la Cámara Baja. Según cifras del SERVEL en la última elección parlamentaria de 2017, en Chile, votaron 3.645.798 mujeres y 3.028.361 varones; es decir, más de 3 millones de mujeres, que supera a la mitad de los electores, participaron y determinaron la actual composición de la cámara, eligiendo a los candidatos y a las candidatas que más creyeron representarlas. Querer “corregir” el voto de los ciudadanos, haciendo que éste calce en cuotas de género, vulnera a las mismas mujeres que decidieron rayar esas papeletas de determinada forma. Por consiguiente, las leyes de cuota son una forma de paternalismo para la ciudadanía, compuesta por mujeres, ¿acaso las ciudadanas no son independientes, y necesitan ser guiadas?
En definitiva, un sistema paritario de cuotas por género no puede mejorar la calidad de nuestra democracia, ni reforzar la independencia de las ciudadanas. El “meternos a cada uno en nuestro corral” sólo consigue que el sexo importe al momento de obtener un escaño, y ello no puede hacer más que establecer diferenciaciones odiosas y, en consecuencia, desunirnos más como sociedad. Pero ese siempre ha sido el objetivo de quienes, bajo la vocación de corral, promueven luchas entre distintos grupos de la sociedad, sólo que nunca faltan algunos bobos en la derecha que piensan que sacarán algo bueno de esto.
Por Javier Rozas.